Todos sabemos que ningún comienzo es fácil. Hay dos tipos de personas: aquellas muy seguras de si mismas y las que no lo son tanto. Ambas personalidades pueden ser observadas en una sola persona, en tan solo una clase de alfarería. Un principiante puede pasar de un estado al otro muy rápido y ésto me pasó a mi.
Era muy joven cuando una vez, en mi pueblo natal Afytos (Grecia), se hizo un festival abierto de alfarería. Estaba pensado solo para turistas pero yo también participé. Era domingo por la tarde y estaba fascinada con la sensación de la arcilla mojada en mis manos. Luego, al ir creciendo, seguí teniendo contacto con la alfarería por ejemplo, a través de películas o programas de televisión que la mostraban. Muchos, incluyéndome, soñábamos con ser Molly (Demi Moor) de la película “Ghost”. Creía en esas escenas de amor detrás de un torno de alfarería y en nuestra remera blanca volviéndose marrón de tantos abrazos y contacto con la arcilla.
Lamentablemente no me convertí en Molly y creía que nunca iba a tener tiempo en mi agenda para dedicarle a la alfarería. Para ser honesta, tenía miedo de probar y que mi tan soñado arte finalmente no fuese como me lo imaginaba. No hay otra manera de saberlo que probando.
Mi momento llegó cuando viaje a la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. A mi llegada, mi novio me tenía preparada una sorpresa. Me dijo: “en dos días tenemos una clase de alfarería juntos en un taller”. Para él sería la tercera clase y para mí la primera. Mi entusiasmo era enorme. Los siguientes días me la pasé viendo videos en Youtube donde explicaban como hacer piezas de cerámica en un torno, como tazas, platos, bowls, etc. y me la pasé buscando fotos de ideas en Pinterest. Parecía muy fácil.
El día llegó: miércoles a la mañana. Me puse mi remera blanca favorita (no me olvidaba que ese era mi momento para convertirme finalmente en Molly). Junto con mi novio, cruzamos la ciudad en moto. En el viaje, con el sol atravesando la visera mi casco, recordaba los pasos que había visto en los tutoriales de Youtube. Llegamos y entramos al taller. Nuestra profesora nos dió una cálida bienvenida ofreciéndonos café. Era necesario usar barbijo, había llegado la segunda ola de COVID-19 a Argentina.
Éramos sobre todo mujeres. Nuestras edades eran diversas y hablábamos entre nosotras. El taller tenía forma de “L”.
Mi “tanque de confianza” estaba 100% lleno cuando empezó la clase. Por adentro pensaba: “vi muchos videos, ésto va a ser fácil”.
La profe mostró un primer paso de la alfarería:
El amasado de la arcilla
La idea es darle a la arcilla la forma de una cabeza de elefante y se amasa alrededor de 50 veces. Se hace para ir dándole plasticidad a la arcilla, sacarle el aire y prepararla para el torno.
Lo hice muy mal. Encontraba muy difícil amasarla como tiene que ser. Probé de todo, parándome derecha, encorvándome, haciendo fuerza con mis bíceps, con mis hombros, moviéndome hacia adelante y hacia atrás, nada funcionaba. La respuesta de la profe era un grandísimo NO!
Por dentro pensaba que tal vez ésta sería la parte más difícil del proceso y que se vendrían cosas más fáciles.
Mi tanque de confianza ya estaba en un 89%.
Llegó la hora de tornear
Hora de tornear. La profe me dio una breve demostración de lo que tenía que hacer y ahora era mi turno. Adivinen… no me fue como esperaba. Fallaba constantemente moviendo la arcilla hacia arriba y hacia abajo. Mi muñeca estaba muy tensa y no entendía como hacer fuerza mientras estar relajada al mismo tiempo. Mis piezas eran muy gruesas o muy finas. Por que lo estoy haciendo tan mal pensaba por dentro? Tanque de confianza en 42%.
Para el final de la clase estaba convencida que la alfarería no era para mi. Del sueño de Demi Moor solo me lleve la remera blanca manchada.
Mi enseñanza
Escribiendo acerca de ésta experiencia, me doy cuenta lo dura que estaba siendo conmigo misma. Me estaba enfocando solo en los errores y no estaba viendo que finalmente me fui de la clase con 3 tazas listas para dejar secando. Que fascinante es ahora que lo pienso. Por suerte no me rendí. Seguí yendo e hice algunas cosas realmente grandiosas. La clave? Constancia.
Aprendé de cada experiencia
La alfarería no es solo el arte de hacer piezas de arte moderno. Para mí fue volverme más paciente, luchar contra mi ansiedad, auto disciplina y aprender a tomarme las cosas con calma. Cada vez que me relajaba y disfrutaba, tenía momentos realmente divertidos con la alfarería.
De hecho, luego de comprarme mi propio torno para tener en mi casa, cada sesión de alfarería se convirtió en una representación de mi mundo sentimental. Si estaba tensa en mi vida, mi interacción con la arcilla también lo era. Cuando estaba calmada, las piezas salían suaves y armoniosas. Puedo decir con claridad que mi mente estaba siendo limpiada. La alfarería se convirtió y todavía es mi lugar seguro.
Mi tanque de seguridad se llenó de nuevo 4 semanas después, cuando recibí de mi profesora, el primer conjunto de piezas terminadas. Mi favorita fue una taza amarilla de café. No podía creer que mi nueva taza estaba hecha solo con dos cosas: arcilla y el trabajo de mis manos. No te decepciones si tu primera clase no es lo que esperabas. Enfocate en disfrutar del proceso y vas a crear las mejores piezas que jamás te hayas imaginado.
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